Rukas Mapuche en la ciudad
Pareciera que es algún lugar del sur, pero es plena Región Metropolitana. Esa fue la sorpresa con la que se encontró Rosario Carmona cuando en el año 2012 asistió por primera vez a un nguillatun en una de las rukas de la comuna de La Pintana. La pregunta que se hizo entonces la estudiante de Magíster de Antropología fue cómo se había construido ese espacio y cuántos más habían en la ciudad capital. La respuesta vino en forma de investigación y trabajo que lideró durante tres años junto a un núcleo de estudios de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, y que tuvo como resultado una publicación: Rukas mapuche en la ciudad, que nos revela que en Santiago existen 18 de estos centros en donde se vive y respira la cultura de nuestras raíces.
Se trata de recintos ceremoniales, sociales, medicinales y culturales abiertos a la comunidad, repartidos en 15 comunas y que nacieron por una necesidad. La población mapuche no tenía en la urbe un lugar que sintiera como propio.
De acuerdo al Censo de 1992 (dato no actualizado en este reportaje con los últimos censos) en la Región Metropolitana viven 500 mil mapuche con dos y tres generaciones nacidas en la ciudad. Población que se vio invisibilizada, marginada (muchos se cambiaron el apellido) y que debió enfrentarse a “una ciudad racista, con escasez de viviendas y trabajos mal remunerados”. Este contexto -apunta la investigación- promovió una serie de tomas de terreno organizadas por vecinos de diversas procedencias, que fueron gestando un sentido de pertenencia y asociatividad. Organización que luego dio paso a comodatos, a trabajo con municipios y que ha reactivado lo mapuche en la ciudad a través de la construcción de estas rukas, en donde se desarrollan desde ritos ancestrales como el we tripantü, el mencionado nguillatun y los juegos de palin, hasta ferias culinarias, conversatorios y actos públicos realizados en alianza con programas de gobierno.
“Después de ese nguillatun fui por dos años a palines, talleres y ferias, a conversar con la gente y de poco a poco fui conociendo el contexto urbano de los mapuche, sus migraciones, y también la historia de más atrás, con el Estado chileno, su historia ancestral. Comprendí que estos espacios tenían una importancia muy significativa, en tanto espacios de reunión y también de activación de la cultura, identificación, transmisión de conocimiento, de saberes y sentido de familiaridad en las personas”, nos dice Rosario.
Con ese camino avanzado, y con el apoyo del profesor Francisco Vergara, postularon a la Academia el proyecto para continuar con la investigación, la que se tradujo en entrevistas y conversaciones con las comunidades y los encargados de estas rukas. Historias que recoge el libro en voz de sus protagonistas, como las de José Segovia, Patara, guardián mayor del Apu Wechuraba en Cerro Blanco, quien relata que iban a ceremoniar cuando estaba “el cerro pelado, un basural abandonado” convertido hoy en un terreno entregado en comodato en donde celebran el año nuevo indígena, la feria indígena y el día fuera del tiempo. En las páginas de la publicación se pueden leer también las palabras de Laura Quiñelen y Papay Rosa a cargo de la organización Dhegñ Winkul, que tienen una ruka medicinal en la población El Bosque Uno de Huechuraba. “El cuerpo es como un pocillo y la vida es como el agua que va dentro, entonces la gente viene con tan mala energía a veces, que la papay tiene que hacerle una limpia, sahumarla, hablar con la enfermedad, orar y después ella bañarse con los remedios”, dicen.
Relatos que de acuerdo a Francisco nos hablan de estas rukas como lugares de memoria, de resistencia cultural. “Por años se ocultó la presencia urbana de los indígenas, pero ya en 1992 la mitad de los mapuche vivía en las ciudades. En Santiago las rogativas de los nguillatunes se hacían en sitios baldíos de la periferia sur, en donde los mapuche se sentían extranjeros de la ciudad en donde habían nacido”.
De ahí la importancia de la existencia de estos recintos. Que si bien ya no responden a su sentido original de vivienda prehispánica (hace 200 años podríamos haber encontrado en ellas, camas, utensilios, bolsas de cuero, alimentos, telares e instrumentos), sí mantienen elementos ancestrales que refuerzan su cosmovisión. Todas miran hacia el oriente porque es el lugar donde sale el sol y se hace la rogativa y todas tienen espacio para el fuego en el centro, con los orificios en el techo para que el humo salga, humo que sirve también para desinfectar y favorece la capacidad impermeable de la ruka.
Su materialidad es diversa. En la mayoría predominan las ramas de colihues para la estructura y el piso de tierra, pero hay otras que cuentan con electricidad, cerámica en sus suelos e incluso ladrillos, como lo que se puede ver en la de Puente Alto.
Según Rosario estos “espacios se han transformado en un ícono que señala que no sólo hay población mapuche en la Región Metropolitana, sino que está actuando y ejerciendo acción todos los días, está viviendo su cultura, la está reformulando, la está compartiendo, está diciendo nuestra cultura está viva, se practica y se comparte con el entorno”.
Así, pese a la tensión entre la autoridad y el pueblo mapuche y a la discriminación, e incluso criminalización, que muchas veces ellos han sentido, en lo cotidiano siempre nos reciben con una sonrisa y con ganas de dar a conocer su cultura.
Las hermanas Juana y Graciela Cheuquepan, las primeras que conoció Rosario, y que en 1997 se organizaron a través de la asociación Kiñe Pu Liwen en La Pintana, son prueba de ello. En su ruka han traspasado sus conocimientos a niños de todas las comunas, a estudiantes extranjeros y a su propia comunidad que ha logrado reencontrarse con su origen. “Si tú entras acá te encuentras con un espacio chiquito del sur, a pesar de que de repente hay ruidos, estos arbolitos hacen que el ambiente sea otro. Cuando viene gente dice que es un cambio tan fuerte, es otro mundo. Nosotros tratamos de que sea así, tenemos choclos, árboles, el olor las hierbas que plantamos por todas partes. En este espacio nos sentimos como mapuche de verdad. Esta ruka está abierta, no le cerramos la puerta a nadie”.
Sólo es cosa de ir y experimentar este nuevo recorrido por Santiago.
Dónde:
- Conacin: Cerro Blanco, Recoleta
- Kallfulikan: CESFAM Los Castaños, calle Diagonal Los Castaños Nº 5820, La Florida
- Dhegñ Winkul. Allende N° 478, Población El Bosque Uno, Huechuraba
- Kiñe Pu Liwen: Calle Iquique 1131, La Pintana
- Ruka Cheuke: Pueblo de Artesanos de Pirque, Medialuna El Principal
- Mapu Lawen: Lo Martínez 1004, La Pintana
- Folilche Aflaiai: Avda. Coralillo 1295, sector La Faena, Peñalolén.
- Kuyen Rayen. Hospital Barros Luco, San Miguel
- Tain Adkimn: Munco Granja, Campus Antumapu, Universidad de Chile, La Pintana
- Mahuidache. Julio Covarrubias 10.365. El Bosque
- Parque Ceremonial Weichafe Mapu: Costanera Sur 7213, Cerro Navia
- Ruka de la Mesa de Salud Intercultural Ñi Mongen, Hospital Sótero del Río, Puente Alto
- Nquillatuwe Comunidad Mapuche de Maipú . Parque municipal de Maipú, Av. 5 Poniente 01401.
- Weftun Mapu: Av. Santa Rosa, paradero 46, Esquina El Mariscal, Puente Alto
- Centro de Salud Mapuche Meli Lawen Lawentuchefe. Barros Luco 1239, Lampa
- Ruka en Macul Choyituyiñ Warria Meu, Marathon con Quilin, Macul
- We Küyen: Pedro Merino Molina 03797, Población José María Caro, Lo Espejo
- Mapu Rayen. Camino a Melipilla 641, Padre Hurtado
Dato extra: Puedes descargar el libro en su versión pdf aquí